martes, 28 de agosto de 2012

EL CAMISÓN Y EL PIJAMA: HISTORIA PARA "SOÑAR"

La historia de esta prenda íntima se remonta, en España, al siglo XV. Con anterioridad a esa fecha hombres y mujeres solían dormir desnudos. Fue prenda de uso "unisex" (permítaseme el anacronismo del término). En el caso de las mujeres, ponerse el camisón equivalía a descansar. La moda de la época era de vestidos muy ceñidos, pesados y complicados; llegar al final del día suponía un alivio. Era entonces cuando las señoras se entregaban, embutidas en sus camisones, al reposo de los estrados. Aquellos camisones eran unas enormes camisolas que arrastraban por el suelo, de ahí el aumentativo "camisón" o "camisa de dormir". Los camisones del siglo XVI lucían enormes mangas, amplias y largas, y se abrochaban por la parte delantera. Estaban hechos de lana, aunque las señoras de clase adinerada se los hacía confeccionar de terciopelo, forrados y adornados con pieles delicadas. Se distinguían, de los camisones masculinos, por el uso de encajes, de cintas y bordados. Los camisones masculinos presentaban cortes en los sobacos y en los costados. En el siglo XVIII se introdujo una novedad en la prenda femenina: el llamado negligée, ajustado, de seda o brocado, conplisados y encajes. Más que para dormir servía para mostrarse durante el día por el interior de la casa. A esta ropa femenina se unió, en el mismo siglo, el camisón masculino, más holgado, y en forma de pantalón muy amplio, idea y modelo importados de Persia, donde las habían llevado las mujeres de los harenes. Fue allí donde se le llamó "pijama", palabra que en la lengua parsi significa "ropa para cubrir la pierna". Estos pijamas eran llamativos, llenos de colorido, y harían furor en el siglo XIX como atuendo informal. Fue precisamente en esta prenda, el pijama, donde se inspiraría la feminista neoyorquina de mediados del XIX, Amelia Jenks Bloomer, a quien encantaban los pantalones, y decidió mostrarse en público vistiendo uno de ellos: habían nacido los famosos "bombachos" o "bloomers", verdadero banderín de enganche, a partir de entonces, para todas las rebeldes feministas del mundo. Esta moda no hubiera triunfado de no haberse puesto de moda la bicicleta, que destrozaba las faldas. Una frase de la famosa innovadora resultó profética: "Señoras, no hay más ropa interior que la piel, cuanto se ponga sobre ella no debe convertirse en elemento discriminador de los sexos". Así fue cómo el camisón, el pijama, la "ropa interior" en general, fue sufriendo una transformación tal que terminó por convertirse, como comprobamos en la actualidad, en "ropa exterior".

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